
Texto y foto: Mario Ramírez
¿Qué camagüeyano no ha escuchado hablar de la Ceiba de la República? ¿Quién no ha visitado en esta ciudad el legendario símbolo? También conocido como Ceiba de la Libertad, el árbol fue plantado el 20 de mayo de 1902 para celebrar el nacimiento de la República de Cuba, tras la liberación del yugo español y el período de intervención norteamericana. Ese día, estudiantes de las escuelas públicas —ya existentes desde entonces en el país— concurrieron a un primitivo parque Casino Campestre para sembrar la postura y colocar la tarja conmemorativa en acto solemne, quizás de los más emblemáticos que vivió la nación en el inicio de una nueva etapa histórica.
Este gesto tenía una profunda raigambre en la tradición colonial de celebrar actos al pie de una ceiba —recuérdese la de El Templete habanero o la de la otrora Plaza de la Merced, hoy de los Trabajadores, que exhibe en el corazón de la ciudad agramontina un espécimen como réplica de las de antaño. Pero no en balde la tradición ha escogido este árbol para representar y demarcar momentos importantes de su historia. Curiosamente, en la ceiba —palabra de origen taíno— confluyen las tres etnias que componen el mestizaje cubano, pues era considerada sagrada para las culturas prehispánicas y continúa siéndolo para las afrocubanas yorubas, mientras que los primeros españoles en la isla la tomaron como señal de buenos augurios y fortaleza.
La República de Cuba libre nacía así, con el augurio de la tradición y la fuerza de sus hombres ilustres. Algunos de ellos quedaron inmortalizados en la estatuaria del parque Casino, como se conoce popularmente al mayor parque urbano de la isla, oficialmente bautizado con el nombre del patriota camagüeyano Gonzalo de Quesada. Concebido pues, como un monumento arquitectónico para festejar la República, fue precisamente en esta época en la que el Casino vio erigir las obras que hoy engalanan su entorno y que le hicieron merecer la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad en el 2008. La ceiba fue la primera de estas insignias, a la que seguirían las estatuas de Salvador Cisneros, el propio Gonzalo de Quesada y Manuel Ramón Silva, entre otros.
Asombra la armonía en la que se integran el duro mármol de las esculturas con las más de cien especies vegetales del parque, en el que sobresale la frondosa ceiba. Por suerte, como muchos otros espacios de esta ciudad, este Casino republicano permanece virgen de la parafernalia propagandística y de la degradada e inauténtica estética constructivista que caracterizó al proceso «revolucionario”. Los camagüeyanos podemos estar orgullosos de que no haya sido plantada aquí ninguna ceiba de la Revolución en el ’59, lo que tal vez sea el augurio de que este año, en realidad, no significó nada, y de que la nueva era histórica de la nación cubana aún está por llegar.