
7:00 am
El celular suena y con la pereza de estos días en aislamiento social me levanto. Por suerte el café ha llegado a la bodega y preparo la cafetera. Mientras tanto abro la puerta trasera y me asomo al patio. La mañana está nublada y promete lluvia. Pienso que a lo mejor eso hará que las personas permanezcan en casa y las colas sean menores. Encima de la meseta del fogón, está el listado de productos básicos que dejó mi esposa para que no olvide nada. Ella sabe que no me gustan la tiendas, pero su hipertensión la obliga a quedarse en casa. Hoy es el día de salir en busca de jabón, detergente, pasta dental y aceite. La cafetera ha comenzado a colar. Vierto el néctar negro en la taza y me siento en el patio debajo del guayabo para disfrutar la tranquilidad de la mañana.
7:45 am
Salgo a la calle y me saluda el vecino de los altos. Me dice que han sacado plátanos en Heredia y Padre Valencia. Le agradezco y me dirijo por la calle Padre Valencia con la esperanza de que no haya cola. Pero al parecer la noticia corrió como pólvora. Una hora perdida en algo que no es menos importante, pero que no tenía en planes, me puede apartar de mi objetivo. Así que sigo. Doblo en Lugareño y bajo hasta San Esteban para salir a República. Me gusta más caminar por esa calle y llegar justo al centro del “Comercio”. La conversación exaltada de dos hombres que mencionan la palabra carne de cerdo, me obligan a interrumpirlos para enterarme dónde han sacado. Pero se trata del dueño de un paladar, que ha vendido a un amigo suyo una paleta. Seguí mi andar y a la distancio diviso un mar de pueblo mezclado entre trajes verde olivo. Me salta la pregunta: “¿qué habrán sacado?” Sobre las calles República y San Esteban me percato que es en la tienda Agua y Jabón. La cola, asistida por policías, «boinas rojas” y hasta “avispas negras”, parece que se va a organizar. Camino confundido entre el gentío y en la esquina de la calle Avellaneda, comienzo por pedir el último. Con tanta confusión uno olvida la pregunta mágica: “¿qué hay?”. Para cuando la hago me entero que se trata de jabón, detergente y champú. Entonces me digo que quizás en dos horas pueda comprar. Pido el último y nadie contesta. Pensé que sería la mascarilla. Entonces acompaño mi pedido de gestos y alguien me indica que la cola es al doblar, en la calle Avellaneda. Doblo y veo una larga fila de personas muy próximos unos de otros. Algunos aprovechando el quicio de un portal para sentarse y varios militares pidiendo que se separen a un metro.
8:15 am
A la siguiente cuadra me infundo ánimos y me digo que la fila que persiste no debe ser para la tienda Agua y Jabón. Ingenuo pregunto en la esquina de la segunda cuadra y al unísono me responden que la cola se extiende. Sigo caminando, parece no tener fin. Justo frente a la Primera Unidad de la Policía, al lado del Hotel América, apareció el último. Cansado y confundido, me pregunto cuántas horas tardará en llegar mi turno. Prefiero aventurarme y con suerte encontrar los mismos productos en otra tienda.
8:45 am
Regreso a República, en la tienda La Quincallera ha empezado a organizarse una cola. Pregunto qué productos esperan. Nadie sabe, las personas se organizan frente a un establecimiento como un juego al azar. Los dependientes continúan su ajetreo de antes de abrir, o siguen imbuidos en sus teléfonos celulares. Nadie dice qué habrá. No existen carteles informativos que orienten a uno. Intento mirar a través de los cristales y no hay signos de jabón o detergente. Paso una cuadra y frente a la tienda El Potro, otra cola. Antes de preguntar miro hacia el interior y veo unos jabones diminutos, de esos que ponen en los baños de los hoteles, veo desodorante y unos frascos que aparentan ser de jabón líquido. Decido quedarme.
9:10 am
Dos policías y varios soldados organizan la fila y en grupos de tres comienza a pasar la gente. Nadie sabe qué más puede haber en el interior de la tienda. Los que van saliendo informan precios y productos. Finalmente pude detenerme frente al mostrador. Solo me dejan comprar cuatro paquetes de diez jaboncitos de hotel. Los frascos nunca fueron de jabón líquido.
9:40 am
Subo República, mientras me desplazo voy preguntando en cada cola que han sacado. Nadie sabe, las largas filas se organizan espontáneamente, o por contagio, nadie sabe que habrá. Entonces escucho que dicen que se está vendiendo aceite y jabón en la tienda del Ferrocarril. Apresuro el paso y para mi sorpresa más de trescientas personas forman parte del molote que entre gritos y empujones esperan. No sé si por ser negativo, me pregunto si valdrá la pena esperar largas horas, quizás gastar un día, sin saber si el producto se terminará en mis narices. Entonces aplico el pensamiento lógico de un cubano frustrado: alejarme del centro.
10:00 am
Camino por la Avenida de los Mártires y la masa de persona delata una tienda. Me acerco, pero la oferta es queso. No me interesa, decido regresar y desando calles buscando atajos hasta mi casa y recuerdo los plátanos, a lo mejor aún quedan. Doblo en Heredia y aún una larga fila, pero no tan convulsa. Ya no tengo mucho que perder. Son las once y poco más. Espero, no necesito saber qué sacarán, el camión parqueado con los racimos de plátanos es suficiente para saber que habrá para todos.
12:00 m
Regreso a casa, cansado, pero al menos con unos plátanos. Ha llegado el jabón a la bodega, pero al parecer este mes no habrá detergente líquido y pasta dental. Entonces sin quitarme las ropas recuerdo un tubo de pasta que logré conseguir en el mercado negro a través de un grupo de WhatsApp. Abro el celular y llamo a la persona que me esperará.
Mañana será otro día, me pregunto si valdrá la pena dormir en los portales de la tienda de Agua y Jabón para poder comprar. Ahora comprendo que el distanciamiento social es una fantasía en la mente de los dirigentes.