CUBA: LA NOVELA QUE ORWELL NO ESCRIBIÓ

He vuelto a leer 1984, la novela del escritor británico George Orwell, y me parece como si se hubiera escrito mirando la Cuba de hoy. El terror en 1984 es la aniquilación del yo en pos de destruir la capacidad para reconocer el mundo real. Pero Orwell fue más lejos y entendió que los regímenes opresivos siempre necesitan enemigos. En la novela demostró cómo estos pueden crearse arbitrariamente atizando emociones en el pueblo a través de la propaganda.

En 1984 se describe esta situación conocida como los “dos minutos de odio”, que en Cuba han sido por un lapso de tiempo mayor; para ser exactos, poco más de sesenta años. Por estos días los “dos minutos de odio” lo ocupan programas de televisión en los que se muestran decomisos de productos a personas, al principio incluso sometidas al escarnio público sin otorgarles el derecho a decir su versión; hay que suponer que se les declara culpables antes de serles dictadas las sentencias.

Como si ahora se enteraran nuestros gobernantes que les sacan el país por la puerta trasera. La forma de detenerlo: infundir el miedo. No es que defienda lo mal hecho, pero el estado ha criado en sesenta años de repartir miserias esas conductas. Ha coartado las libertades económicas y toda iniciativa de los comercios nacionales. Se autorizó el trabajo privado, pero para que muchos negocios puedan producir tienen que comprar ilegalmente sus materias primas, porque “el gran hermano” no ha creado espacios para pagar dignamente y en las cantidades necesarias sus productos. Una forma de mantener la ilegalidad como medio de control y coacción.

Entonces la imagen que se ofrece es la de que ellos —los acusados— nos han robado los recursos a los demás. Se incita el odio hacia el otro. Se convoca a que vigilemos y denunciemos al vecino. Se asfixia al cubano de a pie, ahogándolo en la precariedad cotidiana. La supervivencia, pues, aniquila el pensamiento.

Lo que llaman el fusilamiento de la reputación, método usado para los disidentes políticos, se extiende en el actual panorama. No hay derecho a la cívica: un escenario de hermanos contra hermanos, el hombre más lobo que nunca del hombre, la sensación de estar dentro de una olla que, a diferencia de los noventa, no puede expulsar la presión.

La gente está hastiada de que el policía le grite en la cola, o le arrebate el móvil por hacer unas fotos, que al pariente lo vendan como un delincuente en la televisión, que otros pierdan sus empleos por meras diferencias políticas. Mientras tanto “el gran hermano” te vigila y pasa por inocente. Bien mirado, 1984 es un manual para “dummies” de lo que el estado cubano ha encarnado con una perversión que el novelista inglés no podía imaginar.

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