📷 Neife Rigau
A todos los cubanos: a los que conviven en la Isla, oficialistas o no; a los que, sin importar la razón, radican en tierras ajenas; a los que se fundamentan en el radicalismo y a los que piensan que un cambio de gobierno puede ser pacífico y sin sangre. Para todos es la siguiente reflexión:
Esta no es arenga hacia algún extremo. Es un llamado a la unión, porque solo unidos podremos sacar adelante un proyecto democrático donde quepamos todos, incluyendo a los que hoy ocupan puestos administrativos y trabajan con honradez. Sin consignas de que la “calle es de estos o de aquellos”, porque “la calle” –y entendamos patria– es de todos.
Pero necesitamos decidirnos por un proyecto. Un proyecto abarcador que comprometa a los residentes nacionales y a la diáspora; a las religiones, cristianas o no, sin importar los detalles propios de sus estatutos, pero ansiosas de libertad y justicia social; a esos dirigentes actuales de bajo, mediano o alto nivel que, en la honradez de su trabajo, aunque sometidos al dictamen político actual, están convencidos de que solo cambios sustanciales pueden sacar a Cuba del estado de miseria económica y moral en que se halla sumergida. Estoy convencido de que la nueva dirigencia del país tiene sembrada la semilla de Gorbachov y Yeltsin, a pesar de sus abdómenes abultados. ¿Se han puesto a pensar los rechazadores del diálogo de qué manera sacarían del poder a los que hoy gobiernan Cuba? ¿Creen que con decirles que se vayan en paz, tomarán sus maletas y se marcharán tarareando Patria y Vida?
Pronunciémonos claramente y con valentía, pero sin odio; con la verdad de nuestros corazones en las palabras, para sentirnos verdaderamente hijos de aquellos hombres que pensaron una patria inclusiva, virtuosa y libre. Exijamos la aceptación de la oposición, con todas sus prerrogativas.
Es válido agregar que en el partido gobernante hallamos la ejemplificación exitosa del poder de la unión. Preguntémosnos quién determina las decisiones que dirigen al país desde hace 62 años.
A la primera ojeada, alcanzaremos a ver que permanecen establecidas con todo rigor normas intemporales, sembradas en sus estatutos de igual manera que el decálogo bíblico de Moisés en el pueblo hebreo. ¿Quién ordena a esos “sirvientes” que obedecen al pie de letra cada medida, a tomar en nombre del Partido el método estalinista de llevar a un pueblo hasta la miseria, mantenerlo vivo a base de lo mínimo para la subsistencia, el apuntalamiento de la mentira perenne de que el enemigo brutal es el imperialismo y su bloqueo, etcétera? ¿De dónde salen estas directrices diabólicas? ¡Desde la irradiación iónica cementerial de una piedra!
El pueblo de Cuba es uno solo y Cuba es de todos. Nunca nos cansemos de repetirlo. Por eso cada cubano, sin importar el lugar en donde se halle, ha de tener iguales derechos en la patria que quienes residimos en la isla. Al hablar de derechos se hace indispensable señalar los deberes: los deberes de apoyo con voz y energía, siempre sin dejarnos arrastrar por el odio, la violencia y los deseos de venganza.
Los de acá dentro pongamos en práctica la teoría de la desobediencia civil. Acá dentro podemos boicotear los proyectos injustos, ampliar más las redes libres de censura y hacer llegar a los desinformados, los morosos y los errados, las razones de nuestro proyecto para la libertad. Los de allá fuera pueden tocar las puertas del mundo libre, mostrar la ignominia de este régimen feudal en pleno siglo XXI, las violaciones a los derechos humanos, la imposición de arbitrariedades económicas que mantienen sumida en la miseria a toda la ciudadanía común, y que esto sirva para exhortar a los gobernantes de esos países a tomar medidas que coadyuven a una apertura urgente y pródiga. Esa es la parte que le toca al exilio cubano. No perdamos de vista que Israel existe y se mantiene gracias a la inconmensurable fortaleza del pueblo judío esparcido por el mundo, pero listo siempre a dar lo que sea por sus hermanos en la Tierra Prometida.
Y entonces, el diálogo. Un diálogo, sí. Pero no un diálogo pedigüeño al estilo de parte de la oposición venezolana, sino un diálogo de firme exigencia, consolidado por la decisión unánime de una población unida, ilustrada y consciente del objetivo que busca, con todo el apoyo internacional y una población dispuesta a paralizar el país si no se le escucha. Solo así los obligaremos a sentarse en la mesa y efectuar cambios sustanciales definitorios.