THOMAS MERTON, TURISTA DE DIOS

✍️ Rafael Almanza
(Texto del Archivo La Hora de Cuba, publicado en revista impresa No. 4, 2015)
📷 Tomada de The New Yorker, Sibylle Akers

Thomas Merton, uno de los grandes maestros espirituales de la historia, vino a Cuba al santuario de la Virgen de la Caridad, a pedirle que le hiciera sacerdote; pero en la última escala, en Camagüey, conoció el culto de la Virgen de la Soledad en su templo local. Una sobreabundancia importante, puesto que él era un hombre de soledad. Quería ser cartujo, para estar solo con Dios para siempre, y nunca, afortunadamente, se lo permitieron.

Y en Camagüey tendría ese signo, que tiene que haber meditado: Merton va, de la mano de la Virgen, de la Soledad a la Caridad, y eso es lo que ocurrirá en el resto de su vida. No será cartujo, sino trapense: estará separado del mundo en un monasterio de ascetismo inverosímil, pero lanzado hacia el mundo; solo, pero en contacto con centenares de personas, religiosos, escritores, artistas, científicos, políticos, peregrinos, a las que trató con una profundidad de hermano, no solo de maestro.

Se convierte así en uno de los grandes epistológrafos de la historia, por la variedad de sus destinatarios y por la calidad de conocimiento de Dios y del hombre que inunda sus cartas. Pero sobre todo por el amor fraternal que las inspira. Viajar de Camagüey a El Cobre es ahora para un cubano, gracias a Merton, una ruta de peregrinación, un ejercicio del alma, una gnosis. Y en Camagüey hay una plaza de la Soledad, y otra, de la Caridad. Hay unos camagüeyanos que no cesan de tributar a Merton, generación tras generación, desde su visita hasta ahora mismo. Sacerdotes, escritores, artistas, profesores. Somos sus discípulos. Le debemos orientaciones fundamentales en nuestras vidas.

Este monje de Kentucky recibió en Cuba, a sus veinte y cinco años, un elenco de favores trascendentales: predicó en público por primera vez (a los comunistas, en el parque de Matanzas: su última prédica sería un intento de diálogo con el marxismo, en la India); conoció el culto mariano de la Soledad y superó una última tentación de mujer, en Camagüey; se convirtió en poeta en Santiago, pues al bajar del santuario escribió su primera página de verdadera poesía; y lo más importante, vivió una Visión en La Habana. Fue el turista de Dios, marcado para siempre por el carisma de nuestro país y nuestra gente. Amaba la comparsa oriental, las torres de María que velan sobre Camagüey, el coro de niños habaneros que lo transportó a la Presencia. Nos amaba.

Merton llegó a decir que se sentía más latinoamericano que norteamericano. Con los poetas de Nuestra América tuvo una especie de anagnórisis, como si regresara a sus orígenes latinos, puesto que había nacido en Francia en las cercanías de Cataluña; y como nombre monacal escogió el de Louis. Era un monje católico, y el catolicismo impregna la cultura latinoamericana por todas partes, como el protestantismo a la estadounidense. Era lógico que se sintiera más cerca de nosotros que de sus conciudadanos. Y la entrada de Merton a Latinoamérica se efectuó por Cuba. Si el contacto no fue mayor, fue por la desgracia del socialismo, que bloqueó al país de todo contacto libre con el exterior. Aun así, tuvo una amistad por cartas con Cintio Vitier, y él y Roberto Friol tradujeron sus poemas; y estuvo considerando venir a vivir como monje entre nosotros. La lengua preferida del políglota Merton resultó ser el portugués, pero no fue en Brasil, ni en Nicaragua, donde Merton tuvo las experiencias decisivas de su condición de hombre religioso, poeta y místico. Ocurrieron en Cuba.

Tom había venido a este destino turístico ideal, la Cuba del año 1940, para despedirse de la hermosura del mundo, con el rosario en la mano, antes de entrar al monasterio. Ahora que Cuba va a salir de este impropio muro de agua o de hielo moscovita para estar abierta al mundo, y especialmente a los Estados Unidos de América, me pregunto si no debiéramos pensar dos veces, al menos los católicos de aquí y los de allá, este año del centenario de Merton, esa lección del mejor turista, del mejor norteamericano del pasado siglo en nuestro país.

No vino a gozar, sino a parar de gozar; vino a gozar de lo alto, desde El Cobre, y fue premiado con una cercanía altísima; no vino a llevarse nada, como no fuese la Caridad del Cobre. Le fue dado el poder de la poesía, y nos dejó el magisterio ejercido sobre unos cubanos hasta hoy. Cuánto tendremos para dar desde Dios los cubanos, qué potencia de Dios hay aquí, en la Tierra de la Caridad, cuando le dimos tanto a Tom, que era pura entrega. Regresando de El Cobre a Camagüey, bajando de la Caridad a la Soledad por la Avenida de la Libertad, repito como un loco, como un derviche girador, como un hijo del yanqui de Kentucky, como un camagüeyano de lengua universal: ora pro nobis, father Louis. Ora pro nobis, Tom. Ora pro nobis.

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