AQUELLOS A LOS QUE HEMOS PERDIDO… EN CAMAGÜEY

✍ Mario Ramírez
📷 Tomadas de perfiles de los fallecidos, así como publicaciones en Facebook de familiares y allegados.

En los primeros meses del coronavirus, cuando Estados Unidos enfrentó uno de los peores momentos de la epidemia, al periodista Daniel J. Wakin, editor del departamento de Obituarios de The New York Times, la ola de fallecidos no lo tomó por sorpresa. Así, cuando en la nación norteña la cifra de Aquellos a los que Hemos Perdido —Those We’ve Lost, nombre del proyecto creado para cubrir las muertes por la Covid-19— alcanzó los 100 000, el diario impresionó al mundo con una portada repleta de los nombres de estas personas.

De esta manera, el ejercicio del periodismo libre y desprejuiciado rompió el tabú que giraba en torno a dar nombre y rostro a las víctimas de la pandemia, y consiguió sensibilizar a la población norteamericana sobre el peligro de una enfermedad que no distingue entre vidas prominentes o desconocidas.

En Cuba, en cambio, la situación es otra. Rara vez se ha identificado a alguno de los más de 3000 pacientes fallecidos en el país, y esto sólo cuando se ha tratado de casos a los que difícilmente se podría ocultar, mucho menos con el auge de la internet y las redes sociales en la isla.

Las páginas de cualquiera de los diarios estatales tienen espacio suficiente para honrar a los caídos por el SARS-CoV2, pero quizás habría que aclarar las circunstancias de estos decesos, así como las condiciones de la enfermedad que los llevó a un estado terminal, y no me refiero a las ya cotidianas «comorbilidades asociadas» y «evolución poco satisfactoria» que repite el doctor Durán.

Como investigar todas las defunciones a nivel nacional ya es, dado el agravamiento de la situación epidemiológica en los últimos tiempos, tarea imposible, me limitaré a los casos que conozco en la provincia donde vivo, Camagüey, que ya supera el centenar de pérdidas en poco más de 15 meses de pandemia.

El doctor Miguel Damián Junco Bonet era un médico intensivista y un destacado investigador sobre temas de salud, cuyo nombre aparece en Google como autor de numerosos trabajos en esta área. Se contagió con el virus causante de la Covid-19 por la época en la que llegó a tierra agramontina la letal cepa sudafricana, a principios de mayo de este año, y cuando los ensayos clínicos con el entonces candidato vacunal Abdala comenzaban a aplicarse en el territorio. El Ministerio de Salud Pública (MINSAP) no mencionó su muerte en ninguno de sus partes, y fueron sus estudiantes y colegas en la Universidad de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay quienes lamentaron públicamente su defunción.

Miguel Junco Bonet

Casi un mes después causó conmoción en las redes la muerte del también doctor Arián Bajuelo Jorge. Este medio reseñó la polémica en torno a su deceso, pues según la prensa oficial se suponía cumplida para la fecha, «satisfactoriamente», la inmunización de nuestro personal de salud en la provincia. Especialista en Medicina Interna y pedagogo, Bajuelo Jorge no había cumplido el esquema vacunatorio de Abdala —que requiere de tres dosis separadas a intervalos de 14 días— cuando continuaba expuesto a fuertes cargas virales como doctor en la terapia intensiva del hospital Amalia Simoni, un centro conocido popularmente por sus deplorables condiciones sanitarias. El joven doctor de 34 años no resistió el embate del virus SARS-CoV2, y su fallecimiento causó el luto que todavía se resiente entre familiares, amigos y pacientes en Camagüey.

Arián Bajuelo Jorge

Este 23 de junio tuvimos que lamentar la pérdida del Doctor en Ciencias Evelio Felipe Machado Ramírez, profesor titular e investigador del Centro de Estudios de Ciencias de la Educación “Enrique José Varona” de la Universidad de Camagüey “Ignacio Agramonte Loynaz”. La partida de este doctor de doctores a sus 67 años «por complicaciones de la Covid-19» significó un duro golpe para la comunidad académica camagüeyana y un vacío irreparable para la familia del intelectual.

Evelio Felipe Machado Ramírez

Particularmente indignante fue el deceso a finales de junio del productor del Ballet Folclórico de Camagüey, Luis Molina Cebada. Sin llegar a cumplir los 57 años de edad, Luisito, como lo conocían todos en el gremio de las artes escénicas agramontinas, padeció un verdadero calvario en los días postreros de su vida. Yendo de un centro de aislamiento en otro sin jamás ser hospitalizado, fue enviado a su casa con un cuadro respiratorio agravado, ante el resultado negativo de un PCR aplicado en condiciones sospechosas.

Luis Molina Cebada

«Nunca logramos una cama en un hospital… No logramos el suero que debía reponer todos los líquidos perdidos, no logramos el Rx (radiografía) que necesitaba… No logramos que en el centro de aislamiento (Escuela de Conducta de Tagarro) observaran los signos de alarma de gravedad… Pero tampoco lo notaron en la Universidad [de Camagüey] (hospital de campaña) también sin sueros, sin RX… y obviamente, sin la observación clínica que permite un diagnóstico certero sin tecnologías…. Me ofende recordar que recomendaron psicólogos para su curación cuando el cuerpo necesitaba tanta ayuda… Alta médica mirando al PCR, sin ver al hombre depauperado en una cama… Y así se fue… primero a su casa…un par de días después al cielo», contó en un post en Facebook la comunicadora Sandra Martínez Sedrés, amiga del fallecido.

Vale mencionar que en los partes del MINSAP no constan estos lamentables pormenores, a pesar de que el equívoco de enviar a casa a pacientes confiando sólo en la prueba de PCR negativa ya nos ha costado varias vidas en otras ocasiones. ¿Colapso de los hospitales en Camagüey?, se preguntan muchos. Lo cierto es que con Luisito perdimos a uno de nuestros mejores gestores culturales y un artífice de espectáculos imprescindible.

Pero el conocimiento sobre las muertes del coronavirus no es exclusivo a estas personalidades prominentes en el espacio público. Como tampoco lo es la indignación cuando se trata de malos manejos de la evolución de los casos por parte de las autoridades sanitarias en el provincia, como evidencian los decesos de Joaquín Noy Peláez y de Prudencio Fuentes González, denunciados hace poco en Facebook por miembros de sus familias.

El primero, ex combatiente de la Revolución e integrante del Partido Comunista de Cuba, falleció con 78 años en el hospital Amalia Simoni, luego de una travesía de varios días por la burocracia del sistema. Según su nieto, David Peña Noy, la falta de guantes, medicinas, batas, transporte y otras carencias impidieron la hospitalización a tiempo de su abuelo, quien sólo estuvo tres días en la terapia intensiva. La familia de los Noy había presentado varios casos positivos a la Covid-19; sin embargo, ni esto ni el visible deterioro de las vías respiratorias de Joaquín, lograron movilizar a los burócratas encargados de conducir a los pacientes a los centros hospitalarios.

Joaquín Noy Peláez

Por su parte, Fuentes González, ingeniero y administrador de farmacias, también ex combatiente y colaborador en misiones internacionalistas en Venezuela, había recibido la tercera dosis de Abdala este 12 de junio. No obstante, como en el proceso de vacunación en Cuba no se hacen pruebas de PCR a las personas que van a ser vacunadas, y sin tener en cuenta que en el centro de trabajo del susodicho había habido un evento de transmisión relativamente reciente, resultó que Prudencio era ya entonces portador del virus SARS-CoV2. Como en el caso anterior, los avatares de la familia para ingresar al paciente fueron tortuosos y concluyeron con la hospitalización el 21 de junio en el Amalia Simoni. Tras una larga agonía, y según informó su esposa, Odalys Basulto Sifontes, incomunicado, su defunción fue notificada este 2 de julio.

El caso de Prudencio, de 64 años de edad, nunca apareció en los partes del MINSAP pues, como contó su esposa, en la funeraria le certificaron que la causa de muerte había sido un tromboembolismo pulmonar, y no la Covid-19, aludiendo a una prueba de PCR que había resultado negativa días antes al deceso. Al cierre de 2020, estadísticas del estado cubano dieron a conocer que la cifra de fallecimientos por Insuficiencia Respiratoria Aguda —grupo al que pertenece el tromboembolismo—, fue récord para un año en el país. ¿Casualidad?

Prudencio Fuentes González

La lista de Aquellos a los que Hemos Perdido, en Camagüey, es un capítulo de horror que pone en tela de juicio la calidad del sistema de salud cubano. En nuestras conciencias pesa todavía el fallecimiento este 30 de junio de un menor de 2 años del municipio Florida, y al día siguiente la muerte de una joven embarazada de 33 años oriunda de Nuevitas.

La prensa estatal, las autoridades sanitarias y el régimen mismo, evasivos en el tema de obituarios, pero portavoces de la aciaga consigna «Patria o Muerte», han dejado de lado las vidas de estas personas que, como hizo ver el diario estadounidense, importan. Nos importan a quienes tenemos conciencia de que la barrera entre la vida y la muerte es a menudo más débil que la que separa a las ideologías. Nos importan a quienes queremos un sistema de salud gratuito, sí, pero funcional. Nos importan a quienes creemos que ellos también somos nosotros.

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