GASTÓN BAQUERO: LA REACCIÓN NECESARIA

✍️ Mario Ramírez
📷 Cortesía de Ediciones Homagno (cubierta de Jorge L Porrata)

Por un tiempo demasiado prolongado e injusto tuve que asumir como ciertos lo que ahora me parecen tres mitos perniciosos sobre Gastón Baquero. El primero, propagado por algunos miembros de Orígenes, sostenía que Baquero era un gran poeta malogrado que escribía de vez en vez “artículos indefendibles”. El segundo, argumentado por sus enemigos castristas, nos vendió al redactor en jefe del Diario de la Marina como un ideólogo asalariado de Batista. Por último me hicieron creer, unos y otros, que la voz del incansable periodista había sido apagada por el fogonazo revolucionario y se había dedicado a vegetar, culturalmente, en el exilio español. Quizás haya sido mi ignorancia, pero sólo ahora, con la publicación de «La reacción necesaria. Artículos y ensayos (1944-1990)», pude comprender la figura real del que por más de medio siglo ejerció el difícil arte de la profecía en el desierto de la historia cubana.

Este libro de Ediciones Homagno y compilación de Carlos Espinosa nos muestra las fases de la herida en la garganta del profeta. Una herida llamada Cuba, abierta por escoger, a la reacción de los valores auténticos de la patria, la revolución violenta y la adopción de una ideología foránea que no podía resolver en modo alguno los problemas de la República y que vino a sustituirlos por los males mayores derivados de la ausencia de libertad. Para Baquero, que emigró en el mismo año de la debacle, 1959, estaba claro que la revolución había comenzado a operar desde mucho antes y de muchas maneras subrepticias en el “tablado donde el Bien y el Mal libran constante pelea”. En efecto, se trataba y se trata de un fenómeno más profundo, contra el que los sociólogos se siguen estrellando. Estúdiese esta bien pensada antología, que es en sí misma una reacción a la estupidez del pensamiento al servicio de las tendencias y modas políticas, y se verá cómo la historia es a menudo superior a la idea que sobre ella, aceleradamente, nos hacemos.

El árbol cortado para erigir la barricada resultó carcomido, y cada vez que una rama caía por el peso de su putrefacción, el periodista nos lanzaba su guiño exacto y claro. El gran poeta que pudo ser es el que ya es en la gran tradición poética cubana, donde aparece con un haz de poemas memorables de los que queda mucho por decir, pero la acusación de “indefendible” contra su ejercicio de clarividencia y amor a la patria, es una ceguera lamentable de aquellos a quienes con todo derecho podemos reprocharles el presente de Cuba. Nunca a Baquero, que combatió al comunismo en las mismísimas cepas, que criticó el racismo, la mendicidad, los desalojos campesinos, el servilismo, la corrupción y otras tantas injusticias sociales que pervivían en la República por la que trabajó sin fatiga; nunca a quien advirtió, en la temprana fecha de julio de 1957, lo que sobrevendría a la isla de triunfar las fuerzas destructoras de Castro; a quien estuvo siempre del lado del pobre y defendió la existencia de una oposición, siendo él partidario del poder político imperante; a quien se llevó consigo al exilio un pedazo de la Cuba irrecuperable y desde allí continuó hablando para la nueva Cuba en sus momentos más difíciles, afanado en la salvación de un pueblo que desoye uno tras otro a sus profetas.

Contra la aberración del maniqueo, Baquero nos enseñó que el periodista es un maestro de la sociedad, una voz que clama en la aridez de la época, trabajando en lo oscuro para poner la lámpara de la razón sobre la mesa de las murmuraciones. De Batista nos dice en estas páginas, justo al emigrar, que “estaban hasta la coronilla los más tenaces batistianos. El río de sangre, la inseguridad para la vida y la propiedad, la censura de prensa, el imperio del terror como norma de gobierno, habían llegado a sensibilizar hasta a los más reacios al dolor ajeno. Cuba había apurado el límite de la resistencia física y de la resistencia moral”. De Castro dijo que cabía llamarlo “tirano, tiranosaurio y tiranuelo”, “hombre de muy reducida preparación, de ideas gastadas, de consignas y frases en desuso”, pero también, recordando el entusiasmo hoy olvidado por muchos, “la más grande desilusión de la cadena de desilusiones que es la historia de Cuba republicana”. De Estados Unidos enunció “los únicos errores que no perdonan” su prensa y su gobierno “a los mandatarios del mundo, pero excepcionalmente a los hispanoamericanos: inclinarse hacia la derecha, ser anticomunista activo y ser amigo de los Estados Unidos”.

Sobre su vegetación o su silencio habría que mencionar que fueron tan frondosos como su propia palabra, predicando en las radios españolas el evangelio de la cultura cubana con José Martí como emblema, y acompañado siempre, como lo vemos en una foto de la vejez, por el retrato de su venerado Antonio Maceo y la literatura que de la isla le llegaba en oleadas. Atento en cada hora a la Cuba deshecha en el fracaso socialista, prosiguió siendo el reaccionario para el que nunca muere la esperanza de la restauración. Una fe sostenida por las evidencias del pensamiento y la creación cubanas, que representó, con los demás valores de la patria, donde quiera que estuvo. Sirva así, para sumar a esa evidencia, el libro que comentamos hoy, cuando el almanaque nos recuerda el aniversario 107 del natalicio de este grandísimo hombre nuestro.

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