✍ Elisa Arteaga
Hace unos días pasé a ver a mi sobrina, una niña hermosa, inquieta y amante de las chucherías, como casi todos los pequeños. La cargué y le di un beso, tenía una de esas sonrisas luminosas que arrancan promesas: «Cuando cobre, te voy a traer unas galleticas dulces», le dije mirándola…